PRESENTACIÓN:

Me llamo José Fco. Cervera. Soy logopeda y me gusta mi profesión. La he disfrutado y lo sigo haciendo. Quiero dejar escritos algunos de los recuerdos de estos años y las anécdotas y experiencias que me cuentan otros colegas sobre nuestra profesión: la logopedia.

Puedes localizarme en la Clínica Universitaria de la Universidad Católica de Valencia, en la calle Guillém de Castro 46; 46001 Valencia. 963920624 ó 963637412, ext. 71100. Allí, junto a mis compañeros, atiendo a pacientes con trastornos del lenguaje, el habla y la voz.

La mejor forma de ponerte en contacto conmigo: josefran.cervera@ucv.es

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¿HABLARÁ MI HIJO?

Cuando cumplió 18 meses la madre decidió consultar con el pediatra. ¡Decididamente el niño no hablaba nada! Con un criterio meramente estadístico, el médico tranquilizó a la madre: “ya tendrá tiempo usted de decirle que se calle”.
En el segundo cumpleaños ella seguía preocupada. El niño decía pocas palabras, siempre aisladas e ininteligibles salvo para los más allegados. El padre parecía quitarle importancia: al fin y al cabo el niño estaba sano, alegre, se movía, entendía todo y daba muestras de ser muy listo. La madre estaba de acuerdo, pero tenía sus dudas acerca de la comprensión del lenguaje por parte del niño. Había comprobado que era muy escasa cuando las circunstancias no favorecían que el niño supiera de qué estaban hablando.
A los dos años y medio se empeñó en consultar con alguien: su hijo seguía sin decir más de veinte palabras que solo ellos entendían. Preguntó a la profesora de la escuela infantil. Le explicaron que había muchas diferencias de desarrollo a esa edad. Le aconsejaron esperar un poco más antes de consultar con un especialista. Dos meses más tarde, cuando conocieron a los compañeros de Rubén, cundió el pánico. La madre comprobó horrorizada que muchos niños de tres años son perfectamente capaces de mantener una conversación. Las niñas todavía son más precoces. Sin embargo, su hijo sólo emitía alguna “casi-palabra” y ella seguía sin estar segura acerca de su comprensión.

La historia que acabamos de leer es real y es un ejemplo prototípico de lo que ocurre con unos niños que, hasta hace unos años, llamábamos disfásicos. La tendencia actual es denominarlos niños con “trastorno específico del desarrollo del lenguaje”, o de forma abreviada, niños con T.E.L.
Hacia los tres años, un logopeda y una psicóloga especializada en niños con trastornos evolutivos y del lenguaje, pudieron determinar que Rubén presentaba un problema específico para adquirir la lengua materna, sin detrimento de otras facultades intelectuales, sensoriales o motoras.
Se trata de un trastorno con una prevalencia muy importante, estimada entre un dos y un cinco por ciento de la población. La mayoría de los niños con TEL no presentan alteraciones comportamentales graves o trastornos sociales. Las manifestaciones principales se limitan a la adquisición del lenguaje. Probablemente algunos aspectos cognitivos, como la memoria de trabajo o ciertas capacidades sutiles de percepción auditiva, estén implicados en el trastorno, sobrepasando estrictamente lo lingüístico.

Utilizamos el término “adquisición” del lenguaje y no “aprendizaje”, para expresar que, mediante un proceso natural, guiado por el desarrollo biológico, los seres humanos somos capaces de apoderarnos en un tiempo record de nuestra lengua materna, con un mínimo de interacción social y lingüística. Durante unos años, cualquier niño normal puede aprender una o varias lenguas sin aparente esfuerzo. Esa tendencia, o “instinto” para el lenguaje, decrece sensiblemente a partir de los seis años y parece ser inactiva a partir de la pubertad –aunque siempre sea posible un “aprendizaje” de las segundas lenguas de manera más formal.

Algo falla en la maquinaria biológica y cognitiva de los niños con TEL. Hoy sabemos que, al menos un gen –el FoxPII- está implicado en el proceso natural, y su mutación produce algunas de las alteraciones del desarrollo del lenguaje que estamos describiendo.

Los expertos diagnosticaron a Rubén un trastorno específico del lenguaje. Comenzaron a trabajar con él, y unos meses después pudieron definir el subtipo de este trastorno. Se trataba de un “déficit fonológico-sintáctico”. Este es el subtipo más frecuente entre los niños con TEL. Afecta la capacidad de organizar las secuencias de sonidos que forman las palabras, y también la capacidad de combinar palabras entre sí para formar oraciones. La madre de Rubén era una buena observadora: la comprensión, en este subtipo, es mucho mejor que la expresión, pero no es muy buena cuando no está apoyada por el contexto. Es lo que denominamos un fallo de “comprensión literal” frente a la “comprensión pragmática o contextual”, que no está tan afectada en este subtipo del trastorno.

Los niños con TEL evolucionan lentamente. Los tratamientos logopédicos son efectivos, pero las dificultades durarán más allá de los seis años. Probablemente, a esa edad, estos niños pueden tener una capacidad de comunicación oral relativamente eficaz para en lo cotidiano; pero sus escasas habilidades lingüísticas los delatan en cualquier entorno un poco más exigente. No es extraño que sigan necesitando apoyo educativo e intervención logopédica hasta los doce o catorce años. El trastorno también afecta al aprendizaje de la lengua escrita y, con ello, al rendimiento escolar.

A los 5 años Rubén hablaba con una jerga imposible de descifrar. Casi todos los sonidos eran “ch”. A los 6 años se produjo una notable mejoría pero todavía era incomprensible para un oído no acostumbrado. A esa edad, sus frases parecían sacadas de una vieja película de indios: lo llamamos agramatismo o “lenguaje telegráfico”. A los nueve años intentábamos que comprendiera las sutilezas del lenguaje: “no es lo mismo si te preguntan “quién muerde” que “a quién muerde”. Luego vinieron los enunciados de los problemas de matemáticas y la comprensión de textos largos. Afortunadamente Rubén es inteligente, centrado emocionalmente y vive en una familia que le apoyó todo lo necesario. Ha completado unos estudios de electrónica y ahora es un buen técnico. Le siguen costando las palabras difíciles y no es muy bueno redactando. No todos los niños con TEL pueden compensar sus dificultades de forma tan satisfactoria con estas cualidades y circunstancias.
El impacto del TEL es muy importante en la historia de los muchachos que lo padecen, en sus familias y también en la escuela, que debe proporcionar apoyos educativos eficaces.

No todos los subtipos de TEL cursan de la misma manera. Además, su evolución puede ser mucho más complicada si el trastorno está acompañado por otros factores biológicos –deficiencia sensorial, bajo peso en el nacimiento, deficiencia motórica, etc.- o factores cognitivos, como las dificultades intelectuales, atencionales o de memoria.

PERDER EL LENGUAJE

Enrique cayó al suelo inconsciente cuando iba a comer en una calurosa mañana de Junio. Tenía entonces 58 años y una vida de ingeniero de ferrocarriles a sus espaldas. Estuvo tendido unos pocos eternos minutos. Cuando despertó, la gente pensó que se trataba de un borracho. Hablaba de una forma rara y pastosa. No era posible comprender nada de lo que decía, aunque no dejaba de hablar de forma bastante expresiva. Pronunciaba cadenas de sonidos de nuestro idioma, pero de una forma anárquica. De vez en cuando se le adivinaba alguna palabra. Los policías que lo recogieron comprobaron que él tampoco les entendía a ellos. En el hospital se diagnosticó el infarto cerebral y la afasia mixta (comprensiva y expresiva) que el paciente sufría en su lenguaje.

Amparo seguía queriendo vivir sola pese al delicado estado de salud a sus 75 años. Una noche se despertó y notó algo raro en la parte derecha de su cuerpo. Pudo marcar el número de su hijo, pero cuando lo oyó al otro lado de la línea, fue incapaz de articular ningún sonido. Unos minutos más tarde, el hijo, todavía en pijama, la ingresaba en urgencias: infarto cerebral, hemiplejia afectando a ambas extremidades izquierdas y una afasia motora que le impedía hablar, aunque comprendía perfectamente.

Manuel se ha dedicado al campo desde niño en su Gandia natal hasta los 80 años. Un accidente cerebro-vascular le afectó la movilidad y el habla. Su comprensión era limitada: curiosamente le costaba más entender una palabra aislada que un largo párrafo, en el que su hija le daba explicación sobre las cuentas del banco. Tampoco era capaz de decir nada, a excepción de la Salve, que la decía de corrido, y una expresión que repetía continuamente de forma muy vehemente: “Mare de Déu”. Un oyente cualquiera solo escuchaba a una persona mayor diciendo ininterrumpidamente “Mare de Déu, Mare de Déu, ¡Mare de Déu!. Entonaba con una expresión tan acertada, que la familia sabía si Manuel afirmaba, consentía, estaba enfadado o expresaba sus dudas. La otra característica curiosa del lenguaje de Manuel era su capacidad para repetir la palabra -o la última parte de la frase- que acababa de oír. Podía repetirla a voluntad durante mucho tiempo, pero, si dejaba de hacerlo, era incapaz de volver a decirla tres segundos después.

Los tres pacientes descritos sufrían las secuelas de accidentes cerebro-vasculares que afectan las zonas del cerebro que intervienen en las facultades del lenguaje. Se denomina “afasia” a la pérdida de la facultad para hablar y comprender, en personas adultas o en niños que hubieren completado su proceso de adquisición de la lengua materna. Las principales causas de afasia son: los accidentes cerebro-vasculares, los traumatismos craneoencefálicos derivados de accidentes de tráfico y los tumores cerebrales. También pueden producirla las enfermedades infecciosas, la epilepsia y un largo etc.

La afasia no tiene por qué interferir en otras capacidades mentales. Enrique no recuperó casi ninguna de sus facultades para expresarse y comprender, pero era capaz de viajar por España con su coche o de dibujar una válvula de lavadora de frente, alzado y perfil, para conseguir que el dependiente entendiera su propósito. Amparo recuperó el habla; aunque se quejaba de la falta de rapidez imprescindible para “meter baza” en la tertulia de amigas. El caso de Manuel fue más triste. La lesión cerebral era mucho mayor: nunca volvió a andar y a los pocos meses entró en un cuadro de demencia.
Las variables que afectan definitivamente las posibilidades de recuperación total o parcial son: el tamaño de la lesión, su localización, la causa que la origina y la edad. Otros factores como la zurdería, el sexo, el tipo de rehabilitación recibido, o los años de escolarización, también influyen en el nivel de recuperación.

Los pacientes afásicos se dividen en dos grandes tipos: fluentes y no-fluentes. Los que denominamos “no-fluentes” no hablan o lo hacen de una manera muy limitada y prácticamente no tienen problemas para entender el lenguaje. Su lesión se localiza en el lóbulo frontal, por delante de la cisura de Rolando. Los pacientes que llamamos “fluentes” hablan continuamente y sin poder evitarlo, aunque de una forma caótica e incomprensible denominada “jergafasia”. También tienen grandes dificultades para entender a los demás. Su lesión se encuentra en el lóbulo temporal, siempre por detrás de la cisura de Rolando.
Las lesiones que se distribuyen a lo largo de todo el territorio de la corteza cerebral irrigado por la arteria silviana –que incluye zonas del lóbulo frontal y temporal- producen la afasia más severa, la afasia global, que afecta de forma importante la comprensión y la expresión, incapacitando totalmente al paciente para la comunicación.

Enrique padecía una afasia de Wernicke, caracterizada por la falta de comprensión y un habla fluente con entonación natural, pero combinando de forma caótica y arbitraria los fonemas para organizar palabras. Amparo padeció una afasia de Broca. Su lesión se limitaba a una pequeña porción de corteza en la base de la tercera circunvolución del lóbulo frontal. En un principio, le originó mutismo e incapacidad para articular cualquier sonido. Gracias a la plasticidad cerebral y a sus esfuerzos en la rehabilitación, consiguió recuperar casi totalmente la pronunciación –con las secuelas de lentitud y monotonía en su prosodia. Manuel padeció una afasia mixta transcortical que afecta la comprensión y la expresión, dejando casi indemne la facultad para repetir de forma inmediata lo que se escucha. Muchos pacientes con esta afasia no consiguen que esta extraña facultad residual les ayude de una forma eficaz para comunicarse.

La rehabilitación de los pacientes afásicos debe afrontarse de la forma más temprana posible y puede implicar el uso de ayudas técnicas y sistemas alternativos de comunicación.